lunes, 4 de junio de 2012

El lenguaje en el autismo


Entre las características principales que presenta el autismo, la referida a los problemas del lenguaje resulta de suma importancia, porque suele ser el primer signo que pone de manifiesto su presencia. Conocer cuáles son es vital, dado que permite detectarlo tempranamente y actuar en consecuencia.
 
 
Introducción
Una de las notas esenciales de la persona humana es su capacidad de comunicación. Si bien no es la única forma, el lenguaje (es decir, el sistema estructurado de signos) es la más completa para establecer una relación dinámica entre el sujeto y lo que lo rodea.
A través de él es posible intercambiar una serie prácticamente infinita de informaciones de diversa naturaleza.
En su modalidad lingüística, sea oral o escrita, se multiplican las posibilidades, a tal punto que se hace muy difícil concebir alguna forma de pensamiento que no la involucre.
A diferencia de la comunicación natural, que es la que se produce entre los animales, de manera muy limitada, la comunicación mediante la palabra no es una condición innata, sino que requiere del aprendizaje interactivo con otros semejantes para desarrollarse, acompañando las etapas de la maduración en cada uno, complejizándose y enriqueciéndose con la misma práctica.
Una característica de los autistas, la que usualmente conforma el primer signo de alerta, es la alteración de las formas normales de comunicación, sobre todo en lo que se refiere al lenguaje.
 
Adquisición normal del lenguaje
Como ya se expresó, la adquisición del lenguaje es un proceso que comienza prácticamente desde el momento del nacimiento y que, si bien algunos la limitan hasta la adolescencia, en realidad se extiende durante toda la vida.
Más allá de las distintas teorías, algunas de las cuales hablan de innatismo (el lenguaje sería una estructura ya establecida en la persona, en la que el medio ambiente sería nada más que un disparador), de constructivismo (se trataría de una construcción que el individuo hace a partir de sus funciones cognitivas), de interactivismo (el contacto con el entorno posibilita su estructuración) o de emergentismo (el lenguaje surgiría de otras estructuras básicas del ser humano), no se duda del papel central de la interacción con otros, sea como posibilitador o generador de las habilidades comunicativas.
Ya desde en los primeros meses de vida, el bebé atiende a ciertos sonidos, a la expresión del rostro y comienza la emisión de sonidos inarticulados.
Alrededor de los seis meses, comienza el balbuceo, que imita tonos, ritmo y entonación de lo que escucha, y anticipa algunos sonidos de su lengua materna.
Entre el año y el año y medio se produce una especie de revolución fonológica, en la que aparecen los primeros fonemas (algunas consonantes y las vocales), que dan paso a las palabras iniciales, casi siempre monosílabos repetidos (mama, papa, etc.), y algunas formulaciones onopatopéyicas. Si su expresión es limitada, no ocurre lo mismo con la capacidad de comprensión.
Desde los 18 meses, aumenta considerablemente el vocabulario y de las palabras sueltas, se pasa a frases de dos términos. Todavía no se utilizan nexos (como artículos y preposiciones) o tiempos verbales, ni verbos auxiliares. El acopio léxico pasa de 50 a 200 palabras, aproximadamente, a los dos años
Hacia el tercer año, se posee unas 1.000 palabras. Además, empiezan a utilizarse las palabras auxiliares, los tiempos verbales, los adverbios, etc., aunque con errores, pues en esta etapa se están internalizando las estructuras gramaticales, lo que es sumamente complejo (piénsese en que es lo más complejo de aprender de una lengua extranjera, sobre todo las excepciones).
A partir de los 4, comienza la etapa del perfeccionamiento de los aspectos estructurales de la lengua, a complejizar su comunicación verbal, a incorporar tácticas de construcción, a leer y escribir, etc., proceso que continúa durante toda la existencia, aunque en forma menos explosiva. La capacidad y las habilidades que se atesoren estarán en relación directa con las necesidades comunicativas y el entorno de cada uno.
Como se aprecia en la somera descripción que antecede, la adquisición del lenguaje implica un desarrollo interactivo con el medio en el que el sujeto se desenvuelve. Si este es pobre, también lo será, usualmente, su capacidad comunicativa.
 
Adquisición en el autismo
Frecuentemente, hasta los dos años, las capacidades comunicativas de los niños autistas parecen normales.
Recién alrededor de los dos años, se advierte que, en lugar de palabras aisladas o frases de dos términos, aparece una jerga desprovista de contenido semántico.
Desde entonces y hasta los cuatro, comienza a producirse una ecolalia, es decir, repetición de palabras, aunque descontextualizadas. También durante el juego, sobre todo, suelen presentarse largos discursos sin significación, con una entonación cuidada y en los que en ocasiones se cuelan frases hechas o textos de anuncios televisivos.
Otra característica peculiar es la ausencia de gesticulación o de expresión facial para suplir los problemas lingüísticos cuando intenta comunicar algo.
Muchos de ellos no parecen capaces de adquirir lenguaje alguno; otros lo hacen en forma muy limitada y acotada a cuestiones puntuales y hay otros que, por el contrario, desarrollan una forma de hablar extremadamente sofisticada.
Es que las personas autistas tampoco son iguales, sino que, mientras que un cierto número de ellas parecen desconectadas de todo, otras logran desarrollar habilidades extremas en áreas puntuales.
 
Alteraciones del lenguaje por autismo
Las deficiencias más recurrentes, dentro de la heterogeneidad señalada, suele ser las siguientes:
Agnosia auditiva verbal:
Se trata de la incapacidad de decodificar el lenguaje que se recibe auditivamente. A contrario de lo que sucede con otros niños con patologías propias del lenguaje, no hay esfuerzo por sustituir la imposibilidad de verbalización por otras formas de comunicación (gestos, dibujos, etc.). Así, en lugar de señalar lo que quieren, es frecuente que tomen a alguien de la mano y lo conduzcan hacia allí, sin que medie la más mínima interrelación. Suelen ser los casos más graves quienes presentan esta característica. En ocasiones puede estar acompañada por algún grado de retraso mental.
Síndrome
fonológico-sintáctico:
Se señala que es la forma de alteración del lenguaje más habitual, tanto entre autistas como entre quienes no lo son. Presenta distintos niveles, por lo que en ocasiones resulta difícil de diferenciar respecto de un simple retardo del lenguaje.
Se manifiesta como una pobreza en las estructuras semánticas y gramaticales, acompañada por dificultades en la vocalización, lo cual da como resultado una expresión poco (o nada) inteligible para quienes no estén habituados a su habla.
Si bien pueden apreciarse problemas de tipo comprensivo, la mayor dificultad está en el terreno expresivo.
Síndrome léxico-sintáctico:
Pese a que la fluencia del discurso aparece como adecuada, a poco que se analice el discurso, este da cuenta de una pobreza expresiva. Ello se debe a que hay un déficit para hallar la palabra adecuada para expresar el concepto o idea que se quiere transmitir.
Como contiene algunas de las características del síndrome anterior y del siguiente, en ocasiones se hace dificultoso establecer un límite preciso con ellos.
Síndrome
semántico-pragmático:
La persona con autismo experimenta, además de los problemas propios de la forma lingüística (sintaxis, gramática, léxico, etc.), los derivados del uso social o comunicativo.
La vida de relación se halla afectada por el autismo, y ello, obviamente, repercute en la forma de comunicarse con los demás.
Según la teoría de Leonard Bishop, uno de los científicos que más estudió el tema, aquellos que tienen recursos comunicativos relativamente buenos, pero no así en lo que hace a las relaciones interpersonales se ubicarían del lado del síndrome de Asperger. Los que presentaran dichas características en forma inversa (buenas relaciones y mala comunicación), se hallarían dentro del trastorno semántico-pragmático. Quienes sufrieran de severos déficits en ambas categorías serían los autistas clásicos.
A su vez, dentro de este síndrome, existen distintos aspectos que pueden presentar alteraciones.
- Turno de la palabra: No es otra cosa que respetar los momentos de habla y escucha, propios de cualquier conversación. Para ello es necesario tener en cuenta una serie de variables (estructuras sintácticas y prosódicas y la interpretación de signos visuales) que permiten anticipar cuándo se está habilitado para el uso de la palabra. En el caso de los autistas, ello no se cumple, por lo que en muchas ocasiones no dan pie a que el otro pueda expresarse o irrumpen en la conversación.
- Inicio de conversación: Para iniciar una conversación o cambiar el tema, es necesario utilizar ciertas habilidades cognitivo-sociales, que permiten, entre otras cosas, saber cuándo el interlocutor se halla en estado receptivo para ello. Muchas personas con autismo no son capaces de hacerlo, por lo cual pueden pasar de un tema a otro sin transición. También se cuenta como una deficiencia en este aspecto el hecho de la repetición de idénticas preguntas independientemente de la respuesta que se les haya dado.
- Lenguaje figurado: Existe una severa restricción en estas personas para comprender, entre otras formas figurativas, metáforas, dobles sentidos, alusiones, etc. Así, suele no comprender lo que se le expresa o tomarlo en el sentido estricto de las palabras, por no poder ir más allá en la interpretación. Por esta razón, es preferible no utilizar esta forma con ellos.
- Clarificaciones: En muchas oportunidades, es necesario repetir lo que se dice en otros términos, cuando se observa que el interlocutor no alcanza a captar el sentido de lo que se dice. Ello requiere no solo de competencias lingüísticas, sino también sociales, de interpretación de ciertos signos que da el otro. Del lado del receptor, también es oportuno que, cuando no se comprende, se pidan aclaraciones. Usualmente, los autistas no son capaces de hacer ni lo uno ni lo otro.
- Mutismo selectivo: Aquellos que pueden hablar normalmente, sin embargo suelen no hacerlo en distintos ámbitos (en la escuela, en ambientes con determinadas características que los inquietan, ante extraños, etc.). Esto se ha observado sobre todo en autistas de alto rendimiento y en aquellos que portan Asperger, por lo que se sospecha que existe una interrelación entre ambos trastornos.
- Trastornos de la prosodia: La prosodia es la manifestación concreta de la expresión oral. Es la forma en que se expresan las palabras, lo que incluye el acento (realce fónico de una sílaba), el tono (la frecuencia acústica) y la entonación (variación de la voz que da un sentido distinto). En las personas con autismo, la expresión suele hallarse alterada de distintas formas: pueden sonar pedantes, monótonos, utilizar un tono muy agudo, valerse de una entonación extraña o extravagante y otras maneras que distorsionan la emisión y la alejan de los parámetros de lo que suele considerarse como normal.
- Hiperlexia: Se trata de un trastorno del área de la lectura. Algunos pueden leer extraordinariamente bien, aunque no entiendan lo que están leyendo. Esto ocurre por la disociación que existe entre la adquisición de las destrezas necesarias para la lectura y las referidas a la comprensión.
 
A modo de cierre
Todavía se halla en discusión cómo se produce el autismo, por lo que resulta extremadamente difícil (si no imposible) hacer algo más que describir sus síntomas.
Tampoco es pacífica la cuestión de qué es, es decir, qué características entran en su clasificación. En los últimos tiempos se comprueba una caracterización un tanto laxa al respecto y se alzan muchas voces reclamando pautas más estrictas para incluir a las personas en su taxonomía.
Sí hay coincidencia en que las dos áreas principales por las que se lo identifica son las de relación y comunicación.
Por otro lado, no todas las problemáticas que tienen su centro en el lenguaje son autismo. Existen muchas otras patologías en esta área que, aunque similares, no entran en su órbita.
Para establecer cuál es la afección es necesario considerar diversos parámetros y efectuar la consulta correspondiente ante cualquier alteración significativa de las etapas de desarrollo, las que tampoco son exactas, sino que tienen una cierta variabilidad de persona a persona. Pero ante la sospecha de que algo no es como debiera hay que recurrir a una opinión experta. Cuanto antes se sepa qué es lo que afecta a un niño, mejores serán sus perspectivas.
 
Ronaldo Pellegrini

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