domingo, 7 de agosto de 2011

La dolorosa historia de los niños que se vuelven viejos

La dolorosa historia de los niños que se vuelven viejos
Se la conoció allá por el Siglo XIX. Debido a un problema genético, las personas que la padecen, sufren un envejecimiento acelerado, transformando a un niño de 8 años en un anciano de 80. El promedio de vida rara vez supera los 13 años y al cabo de ello fallecen debido a los achaques típicos de la vejez.
 Pese a su aspecto senil, los que padecen la progeria son niños que solo quieren jugar y divertirse.
Las diferentes etapas de la vida son como las estaciones del año, la primavera de juventud, el otoño de la madurez y el invierno de la vejez. Todas son necesarias e ineludibles, hay que vivirlas y saber disfrutarlas para poder sobrellevar los años que de a poco iremos sumando en este proceso llamado envejecimiento.
 
Desde el preciso momento en que nacemos ya empezamos a envejecer, claro es un proceso muy lento pero constante que con los años comienza a dejar sus huellas.
 
Pero hay una enfermedad que saltea todas las etapas de la vida, y nos deja sin adolescencia, sin juventud ni madurez. Una enfermedad muy rara que transforma a un niño en una persona anciana. Lo que a la vida le llevaría 80 años en envejecerlo, esta enfermedad solo precisa 13 años para convertirlo en un viejo. Este mal se llama progeria y es incurable.
 
El Síndrome de Hutchinson-Gilford (conocido como progeria o HGPS) es una condición genética letal y muy rara, caracterizada por el envejecimiento prematuro de los niños que la padecen. Su nombre se deriva del griego y significa "vejez prematura". Aunque existen diferentes formas de progeria, la más común es el síndrome de Hutchinson Gilford, que fue nombrado así en honor a los primeros doctores que la describieron en Inglaterra (en 1886, por el doctor Jonathan Hutchinson y en 1897 por el Dr. Hastings Gilford).
 
Los enfermos de progeria son a la vez niños y viejos. En ellos conviven la alegría y la forma de ser de un chico de ocho años con el cuerpo deteriorado, lleno de arrugas y achaques, de un anciano de ochenta.
 
Aunque los niños que la padecen nacen con un aspecto saludable, esta siniestra enfermedad, debido a la mutación de un gen, empieza a revelarse alrededor de los dos años: el rostro de los pequeños va cambiando hasta mostrar su característica apariencia de ojos y orejas prominentes, barbilla retraída, nariz ganchuda y calvicie, mientras la maquinaria de su organismo se va deteriorando, con arterias endurecidas, rigidez en las articulaciones y pérdida de grasa corporal. Se trata de una vejez adelantada y acelerada, una vida a cámara rápida que concluye, lamentablemente, a los 13 años (promedio), propiciado por los desórdenes cardiovasculares.
 
Los niños tienen una apariencia muy similar entre ellos, a pesar de las posibles diferencias étnicas. Los pacientes que sufren esta enfermedad acaban falleciendo de arteriosclerosis y ataques cardíacos.
 
Las estadísticas, no muy ajustadas, hablan de un enfermo de progeria por cada cuatro u ocho millones de nacidos.
 
En los últimos 15 años se han encontrado niños que padecen progeria alrededor de todo el mundo, incluyendo Argelia, Argentina, Australia, Austria, Canadá, China, Cuba, Inglaterra, Francia, Alemania, Israel, Italia, México, Finlandia, Polonia, Puerto Rico, Sudáfrica, Sudamérica, Corea del Sur, Suiza, Turquía, Estados Unidos, Venezuela, Vietnam y Yugoslavia.
 
Los niños que sufren la enfermedad están predispuestos genéticamente a padecer enfermedades del corazón, de forma prematura y progresiva.
 
La muerte ocurre casi exclusivamente por enfermedades del corazón, una de las principales causas de muerte en el mundo.
 
Como cualquier persona que sufre estas enfermedades, los síntomas comunes de la progeria son: presión alta, accidentes cerebrovasculares, angina de pecho (dolor en el pecho causado por la baja irrigación de sangre que llega al corazón), dilatación del corazón y fallos cardíacos.
 
Todas ellas enfermedades que se asocian con la vejez. Por lo tanto, encontrar una cura para la progeria no sólo ayudará a los niños que la padecen, sino que también servirá para ofrecer soluciones para tratar a millones de adultos con derrames cerebrales y enfermedades cardíacas asociadas con el proceso natural de envejecimiento.
 
Hace poco, un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y España ha alentado la esperanza de que próximamente exista un tratamiento para este mal que por ahora es incurable: un equipo dirigido por Juan Carlos Izpisúa ha logrado revertir células de la piel de estos enfermos al estado embrionario, con lo que se abre la futura posibilidad de trasplantes que frenen su loco envejecimiento. La ciencia esta abocada a encontrar una cura a está rara enfermedad y quizá algún día se pueda poner las cosas en orden para aquellos que la sufren. Que un niño sea niño cuando tengan que serlo y que disfrute la vejez cuando le llegue a su debido momento.

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